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Llegamos juntas al lugar y hora previstos para la entrevista. Antes la acompañé a un canal de televisión y es que Gilda Rachel estos días es una persona requerida por los medios de comunicación, al ser históricamente la primera ciudadana trans de Tarija que obtuvo la Resolución Administrativa que autoriza el cambio del nombre propio y dato de sexo en su partida de nacimiento.
Caminamos. Es algo que le gusta hacer. Las dos llevamos zapatos de tacón, pero la cansada fui yo. Gilda los domina desde muy pequeña, desde que se ponía los zapatos de su tía.
En su tiempo libre le gusta estar “metida” (como ella dice) en las organizaciones de defensa de los derechos humanos, de prevención al VIH Sida o en un centro de salud sexual y reproductiva.
Al principio es tímida con las personas que recién conoce. Pero, con el trato constante adquiere la confianza necesaria para mostrarse con el ímpetu y alegría de sus 21 años. Es una joven que permanece con una sonrisa, a pesar del dolor que reflejan sus ojos por la realidad que tuvo que enfrentar durante su infancia y adolescencia.
“¡Uf! tengo muchos recuerdos bonitos y otros que no me gustan mucho”, me dice.
Nació en Tarija, en 1995, y sus padres le asignaron el nombre de Eymar. Desde niña mostró su gusto por la ropa y accesorios femeninos; cuando se trataba de jugar prefería hacerlo con sus primas, a las muñecas y con las ollitas, juguetes en los que invertía su dinero cada vez que alguien le regalaba algunas monedas.
“Mis padres se dieron cuenta de mi rasgos y querían cambiarlos”, cuenta.
El dolor del rechazo y amor de la familia
“’¡Tú no eres mi hijo!’, me decía constantemente mi papá. Mi mamá ha sido y es la persona que más quiero, ella siempre me ha apoyado ante el rechazo de mi papá y mi hermano. Es una mujer muy trabajadora. Desde sus 12 años ella trabaja”, me cuenta y se le entrecorta la voz.
Rachel vivió en un entorno de mucha violencia. Hasta sus 11 años, para ella era “natural” ver a su padre propinar golpizas a su mamá, quien muchas veces terminaba sangrando. Tal vez por eso su hermano también se convirtió en una persona violenta, con el paso de los años, a pesar de que su padre dejó de serlo.
“A veces (mi papá) me sorprende cuando me regala ropa de mujer”, dice.
Este ambiente en su familia se sumó a la -de por sí- difícil etapa del colegio, que se tornó aún más por su identidad transexual.
“Ahí está el maricón, el puto, el gay”, era a menudo lo que Gilda debía escuchar en el colegio. A veces los insultos pasaban a los golpes, que -en algún momento- la llevaron al hospital porque sus compañeros la empujaron de las graderías del colegio. En esa ocasión, su hermano -quien estudiaba en el mismo colegio- no pudo defenderlo como solía hacerlo siempre que debía enfrentarse a este problema.
“Me sentía muy mal y me deprimía. No quería estudiar. Repetí tres veces tercero de primaria, sentí que mi maestra también me discriminaba”, relata.
Sin embargo, en esa etapa, también recibió el apoyo de sus compañeras. Expulsaron a la maestra discriminadora y llegó otra que la apoyó hasta el quinto grado de primaria. En el siguiente grado nuevamente sintió la discriminación y optó por abandonar el colegio.
Hace cuatro años intentó retomar sus estudios, pero –nuevamente- las burlas de sus compañeros por su apariencia física le hicieron desistir de continuar, así que decidió trabajar.
La segregación por su identidad de género no sólo la sufrió en esta etapa, sino continuó en su juventud en espacios institucionales, públicos y privados, y laborales.
“El momento más triste de mi vida fue cuando alguien intentó matarme y violarme. Y aunque acudí a la policía no sentí su apoyo, no me creyeron que yo era la víctima”.
Y no fue el único lugar. Cuando decidió abrir una cuenta de ahorros en el banco, al momento de presentar sus documentos de identidad donde está reconocida como hombre, no le permitieron realizar el trámite porque “acá vemos a un hombre y tú tienes una apariencia diferente. Tienes que venir como hombre y punto”, le dijeron.
“Es muy difícil por la apariencia que llevas y la otra que está en tu carnet —cuenta—. Recuerdo que alguien me dijo: ‘Si alguien viene y me pregunta qué te llamas no puedo mostrarles tu carnet de varón, siendo que tienes apariencia de mujer. No te puedo dar trabajo por ese tema”.
Claro, también hubo momentos felices. Y al hablar sobre esto recuerda -sin titubeos- a su pareja, “una persona maravillosa” (como lo recuerda), quien llegó a sus 15 años; y el apoyo que recibió de algunas de sus compañeras y maestras que aplaudían sus aptitudes para la actuación.
Normativa anhelada
El sábado 21 de mayo de 2016, Rachel lloró de felicidad. Caminaba afanosa de un lado a otro contando la buena nueva a su mamá, su hermano y todos quienes encontraba a su paso.
Ese día, el Vicepresidente del Estado Plurinacional, Álvaro García Linera — que en ese momento ejercía como Presidente— estampó su firma en la Ley N° 807 de Identidad de Género, que dio luz verde para que las personas transexuales y transgénero, de manera voluntaria, realicen la solicitud del cambio de su nombre, dato del sexo e imagen en sus documentos de identidad.
La Ley estaba promulgada seis meses después de que los colectivos TLGB presentaran el proyecto en Palacio de Gobierno, en La Paz.
“Por fin se nos hizo este derecho para tener una identidad. Ahora podré manejar mi carnet de identidad dignamente y dirá que soy mujer”.
Gilda fue una de las primeras ciudadanas transexuales que presentó sus documentos el 1 de agosto, en el Servicio de Registro Cívico (SERECI), fecha en que entró en vigencia la Ley.
“¡Felicidades! Estamos muy contentos porque es un cambio que estabas buscando hace mucho tiempo”, le dijeron su familia, amigas y amigos, y entorno laboral.
Pero así como escuchó voces de apoyo, también escuchó las voces de rechazo a la Ley. “Soy católica y en el tema de la iglesia yo creo que Dios no me discrimina, ni la virgen María, siento más bien que ellos están a mí lado. En nuestro país hace mucha falta trabajar por la inclusión de las personas trans en el ámbito laboral y de convivencia no se hace casi nada. Existe mucha exclusión”.
La Resolución Administrativa
El lunes 15 de agosto, dos semanas después de que entregara sus documentos de la solicitud, Gilda visitó nuevamente las oficinas del SERECI.
El Director de esta instancia, Alberto Mealla, la esperaba con la Resolución Administrativa que aprueba su solicitud para el cambio de datos en su Certificado de Nacimiento.
“Con esto se me abren muchas puertas. Gracias a mi Certificado por fin voy a ser reconocida en el Estado”, expresó Gilda a los medios de comunicación que la abordaron después de recibir sus documentos.
En las dos semanas que duró el trámite, Gilda esperó -con ansias- tener su nuevo Certificado de Nacimiento e iniciar -inmediatamente- el trámite de su nueva cédula de identidad.
Tiene esperanza en este primer documento: terminar sus estudios, realizar una carrera profesional como periodista. “Quiero trazarme más metas”, cuenta.
“No me cambiaría por nadie”, dice orgullosa de su identidad. “No soy una mujer biológica, no tengo vagina, pero a mí no me hace más mujer tenerla. Me siento mujer por los sentimientos y cualidades que tengo”.
Además de su deseo de construir una familia, Gilda aspira ahora— como ciudadana trans reconocida por el Estado— a dirigir el Colectivo Trans en Bolivia y desde este espacio incidir sobre el trabajo en derechos humanos.
“Estoy orgulloso de sus logros”
Hace ocho años que Gilda inició su cambió físico. Es de las pocas personas de la comunidad TLGB que se muestra a la sociedad tal como es.
“No espera aprobación, siempre persevera y -a pesar de las pruebas difíciles que ha atravesado en su vida- ha sabido superarse y seguir adelante”, cuenta Joel, uno de los amigos de Gilda y representante del Colectivo TLGB de Tarija.
Para Joel, Gilda es una persona valiente, fuerte y genuina, porque desde muy joven empezó a mostrar su identidad de género, derecho que ahora empieza a ejercer con el reconocimiento del Estado.
En su tiempo libre le gusta estar “metida” (como ella dice) en las organizaciones de defensa de los derechos humanos, de prevención al VIH Sida o en un centro de salud sexual y reproductiva.
Al principio es tímida con las personas que recién conoce. Pero, con el trato constante adquiere la confianza necesaria para mostrarse con el ímpetu y alegría de sus 21 años. Es una joven que permanece con una sonrisa, a pesar del dolor que reflejan sus ojos por la realidad que tuvo que enfrentar durante su infancia y adolescencia.
“¡Uf! tengo muchos recuerdos bonitos y otros que no me gustan mucho”, me dice.
Nació en Tarija, en 1995, y sus padres le asignaron el nombre de Eymar. Desde niña mostró su gusto por la ropa y accesorios femeninos; cuando se trataba de jugar prefería hacerlo con sus primas, a las muñecas y con las ollitas, juguetes en los que invertía su dinero cada vez que alguien le regalaba algunas monedas.
“Mis padres se dieron cuenta de mi rasgos y querían cambiarlos”, cuenta.
El dolor del rechazo y amor de la familia
“’¡Tú no eres mi hijo!’, me decía constantemente mi papá. Mi mamá ha sido y es la persona que más quiero, ella siempre me ha apoyado ante el rechazo de mi papá y mi hermano. Es una mujer muy trabajadora. Desde sus 12 años ella trabaja”, me cuenta y se le entrecorta la voz.
Rachel vivió en un entorno de mucha violencia. Hasta sus 11 años, para ella era “natural” ver a su padre propinar golpizas a su mamá, quien muchas veces terminaba sangrando. Tal vez por eso su hermano también se convirtió en una persona violenta, con el paso de los años, a pesar de que su padre dejó de serlo.
“A veces (mi papá) me sorprende cuando me regala ropa de mujer”, dice.
Este ambiente en su familia se sumó a la -de por sí- difícil etapa del colegio, que se tornó aún más por su identidad transexual.
“Ahí está el maricón, el puto, el gay”, era a menudo lo que Gilda debía escuchar en el colegio. A veces los insultos pasaban a los golpes, que -en algún momento- la llevaron al hospital porque sus compañeros la empujaron de las graderías del colegio. En esa ocasión, su hermano -quien estudiaba en el mismo colegio- no pudo defenderlo como solía hacerlo siempre que debía enfrentarse a este problema.
“Me sentía muy mal y me deprimía. No quería estudiar. Repetí tres veces tercero de primaria, sentí que mi maestra también me discriminaba”, relata.
Sin embargo, en esa etapa, también recibió el apoyo de sus compañeras. Expulsaron a la maestra discriminadora y llegó otra que la apoyó hasta el quinto grado de primaria. En el siguiente grado nuevamente sintió la discriminación y optó por abandonar el colegio.
Hace cuatro años intentó retomar sus estudios, pero –nuevamente- las burlas de sus compañeros por su apariencia física le hicieron desistir de continuar, así que decidió trabajar.
La segregación por su identidad de género no sólo la sufrió en esta etapa, sino continuó en su juventud en espacios institucionales, públicos y privados, y laborales.
“El momento más triste de mi vida fue cuando alguien intentó matarme y violarme. Y aunque acudí a la policía no sentí su apoyo, no me creyeron que yo era la víctima”.
Y no fue el único lugar. Cuando decidió abrir una cuenta de ahorros en el banco, al momento de presentar sus documentos de identidad donde está reconocida como hombre, no le permitieron realizar el trámite porque “acá vemos a un hombre y tú tienes una apariencia diferente. Tienes que venir como hombre y punto”, le dijeron.
“Es muy difícil por la apariencia que llevas y la otra que está en tu carnet —cuenta—. Recuerdo que alguien me dijo: ‘Si alguien viene y me pregunta qué te llamas no puedo mostrarles tu carnet de varón, siendo que tienes apariencia de mujer. No te puedo dar trabajo por ese tema”.
Claro, también hubo momentos felices. Y al hablar sobre esto recuerda -sin titubeos- a su pareja, “una persona maravillosa” (como lo recuerda), quien llegó a sus 15 años; y el apoyo que recibió de algunas de sus compañeras y maestras que aplaudían sus aptitudes para la actuación.
Normativa anhelada
El sábado 21 de mayo de 2016, Rachel lloró de felicidad. Caminaba afanosa de un lado a otro contando la buena nueva a su mamá, su hermano y todos quienes encontraba a su paso.
Ese día, el Vicepresidente del Estado Plurinacional, Álvaro García Linera — que en ese momento ejercía como Presidente— estampó su firma en la Ley N° 807 de Identidad de Género, que dio luz verde para que las personas transexuales y transgénero, de manera voluntaria, realicen la solicitud del cambio de su nombre, dato del sexo e imagen en sus documentos de identidad.
La Ley estaba promulgada seis meses después de que los colectivos TLGB presentaran el proyecto en Palacio de Gobierno, en La Paz.
“Por fin se nos hizo este derecho para tener una identidad. Ahora podré manejar mi carnet de identidad dignamente y dirá que soy mujer”.
Gilda fue una de las primeras ciudadanas transexuales que presentó sus documentos el 1 de agosto, en el Servicio de Registro Cívico (SERECI), fecha en que entró en vigencia la Ley.
“¡Felicidades! Estamos muy contentos porque es un cambio que estabas buscando hace mucho tiempo”, le dijeron su familia, amigas y amigos, y entorno laboral.
Pero así como escuchó voces de apoyo, también escuchó las voces de rechazo a la Ley. “Soy católica y en el tema de la iglesia yo creo que Dios no me discrimina, ni la virgen María, siento más bien que ellos están a mí lado. En nuestro país hace mucha falta trabajar por la inclusión de las personas trans en el ámbito laboral y de convivencia no se hace casi nada. Existe mucha exclusión”.
La Resolución Administrativa
El lunes 15 de agosto, dos semanas después de que entregara sus documentos de la solicitud, Gilda visitó nuevamente las oficinas del SERECI.
El Director de esta instancia, Alberto Mealla, la esperaba con la Resolución Administrativa que aprueba su solicitud para el cambio de datos en su Certificado de Nacimiento.
“Con esto se me abren muchas puertas. Gracias a mi Certificado por fin voy a ser reconocida en el Estado”, expresó Gilda a los medios de comunicación que la abordaron después de recibir sus documentos.
En las dos semanas que duró el trámite, Gilda esperó -con ansias- tener su nuevo Certificado de Nacimiento e iniciar -inmediatamente- el trámite de su nueva cédula de identidad.
Tiene esperanza en este primer documento: terminar sus estudios, realizar una carrera profesional como periodista. “Quiero trazarme más metas”, cuenta.
“No me cambiaría por nadie”, dice orgullosa de su identidad. “No soy una mujer biológica, no tengo vagina, pero a mí no me hace más mujer tenerla. Me siento mujer por los sentimientos y cualidades que tengo”.
Además de su deseo de construir una familia, Gilda aspira ahora— como ciudadana trans reconocida por el Estado— a dirigir el Colectivo Trans en Bolivia y desde este espacio incidir sobre el trabajo en derechos humanos.
“Estoy orgulloso de sus logros”
Hace ocho años que Gilda inició su cambió físico. Es de las pocas personas de la comunidad TLGB que se muestra a la sociedad tal como es.
“No espera aprobación, siempre persevera y -a pesar de las pruebas difíciles que ha atravesado en su vida- ha sabido superarse y seguir adelante”, cuenta Joel, uno de los amigos de Gilda y representante del Colectivo TLGB de Tarija.
Para Joel, Gilda es una persona valiente, fuerte y genuina, porque desde muy joven empezó a mostrar su identidad de género, derecho que ahora empieza a ejercer con el reconocimiento del Estado.